jueves, 17 de abril de 2014

QUE SE QUEDE MI VOZ EN ESTA PLAZA






Dos manos como ríos  
van del agrio al naranjo,
y del hueso  redondo
a las redes del olivo,
-que lloran relojes de madrugada-.

En el puerto de Torrevieja
se mantienen los barcos en el camino del agua,
y fluyen y reman suspiros,
¡suspiros tan grandes como la Isla de Tabarca!

Roca de lunares que nunca vemos,
sentencia del luto que no descansa,
rebosa el sol eclipsando a la luna
en este pueblo hogareño y duro.
-Los dos son estrellas
que brillan eternamente-.

El ornato de la vida se pinta a lo alto,
Fátima de lagunas y esplendores,
desde las tierras más áridas al azul más oculto
de nuestro oscuro mar y su cálido aire. 

Pálpito de tierra, coraza de la vida,
la primavera luce ahora un sonido diferente.

Un centelleo del mar desnudo
la abre como una flor hermosa,
y la abriga con su cabello inquieto.
-Exquisita forma de beber 
zumo amargo con el pensamiento-.

Y se talla la primavera
entre los libros de las olas,
serenamente... en Torrevieja.

El poeta bucea la savia
en lo más hondo del mundo,
capta la angustia postrera, tranquila,
y contempla los cambios, con tristezas,
que van naciendo y pudriéndose libremente. 

Roca de lunares que nunca vemos
sentencia del luto que no descansa
eclipsando las estrellas eternamente.

Que tenga mi sombra libre su paz
y no sienta buscar en otros lugares, 
en otro río, o quizás en otros mares.

Que se quede mi voz en este pueblo,
que se pare en la plaza, y se eleve, 
entre juncos... y lirios.

¡Quiero que los poetas alcen 
sus palabras en esta plaza!,
que mi eco como gloria humana quede 
siempre poeta y ajena a ella,
-tan estéril y tan seca-.


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