miércoles, 11 de diciembre de 2013

PROMETIENDO TU MUERTE




Dios no conocía esto de mí,
quizás es cuestión de tiempo.
Si yo fuese él,
me pensaría mejor dos veces la vida.

La vida se escarcha
en el sueño del pobre,
envuelta de frío
con vacío en las noches.

Congelados quedaron sus ojos
más abiertos que el cielo.
¡Niño!, no mires más al hambre,
que la mano de la escarcha
no llena nada
ni cierra ojos de pobre.

En la cuna del frío
no hay ojos más nobles
que miren tan temprano
a los días y a las noches.

La mañana cruje al cielo 
alarmando a los bosques.
Metidos entre mantas
vieron tus dos luceros
más tiesos que un roble.

¡Hijo!, yo cierro tus ojos,
hilo a hilo me deshago,
tejiendo tu cama
entre la escarcha y el cielo.

Fui yo quién tapé al niño
con mi estallido fuerte,
más fuerte que los latigazos
prometiendo tu muerte.

Dios no conocía esto de mí,
ni el arrullo del eco,
ni la escarcha del hambre,
que mataron tus ojos negros.

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