ELEGÍA A UN ALMA AUSENTE
Dicen que los árboles no escuchan,
ni las madrugadas con el viento
o el mar con sus montañas ciegas;
pero cuando sientes que te ha llegado la hora
y te mastican los días en sus sombras,
duermes en las escaleras que nunca suben
y nunca bajarán mas que para abrigarte.
Ahora, y después de mucho tiempo,
soy un espejo triste,
un rostro arrastrando un cuerpo deforme
pudriéndose, llorando como el barro,
y porque barro son mis tristes manos.
He muerto en un paisaje
con su juventud asesina.
Esclavista soy de mi cuerpo lleno de armas,
que cargado por el tránsito de mis dientes
gritaba deshojado cuando me deformaba,
apuntándome para estrangularme el aliento
y la sangre.
Dos ojos como manos se enfrentaron a la vida,
no para abrazarla, ni para convidarla,
sino para arañarse llorando al darse cuenta
de lo poco que importa y de lo poco que ocupan.
Nunca fui el herrero de este mar
sino de este monte lleno de metales,
el amo de una fábrica llena de demencias,
y de hachas;
para acabar despedazándome en una tierra
llena de manadas de leones,
de lobos furiosos y de hienas.
Mis huesos y mis ropas desaparecen
y se elevan como un mástil oxidado,
rompo, rasgo, mastico amontonándome;
como la luz de una lámpara iluminando
mi nombre borroso, quedándome encendido
como el faro de los soldados que aprendieron
a ver dentro de un agujero,
un agujero enfermo,
retirado junto a un Dios dormido
que se vestía con mi sombra gorda.
Dicen que los arboles no escuchan,
ni las madrugadas con el viento
ni el mar con sus montañas ciegas,
pues he acabado en una tierra
llena de manadas de leones,
de lobos furiosos y de hienas.
Excelente, Adelaida. Un fuerte abrazo y mis sentimientos.
ResponderEliminarGracias Alfredo, siempre tan atento. Abrazos.
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