¡Mujer!,
tú que peinas la tierra
levantando la mirada,
y la acuestas con otra muy distinta.
Tú, que cuando duermes,
-en edredones que te hieren-,
te recorren cientos de escalofríos,
¡a manadas y en tropeles
que te quiebran como a un niño!
Tú, que arañas las sierras de tus curvas,
alimentas tajos y fatigas.
Santos sudores expulsan
la fiebre de tus demonios.
¡Ni las azadas de tus campos
son capaces de arrancarte la peste!,
y tu hondo canasto
se quedó comiendo de tu vacío.
Cuando se estampa la vida contra tus hombros,
junto a tus legañas, sacas tus dientes,
que aprendieron a domar las fieras de tus vértebras
sin caer de los pilares de tus piernas.
tú que peinas la tierra
levantando la mirada,
y la acuestas con otra muy distinta.
Tú, que cuando duermes,
-en edredones que te hieren-,
te recorren cientos de escalofríos,
¡a manadas y en tropeles
que te quiebran como a un niño!
Tú, que arañas las sierras de tus curvas,
alimentas tajos y fatigas.
Santos sudores expulsan
la fiebre de tus demonios.
¡Ni las azadas de tus campos
son capaces de arrancarte la peste!,
y tu hondo canasto
se quedó comiendo de tu vacío.
Cuando se estampa la vida contra tus hombros,
junto a tus legañas, sacas tus dientes,
que aprendieron a domar las fieras de tus vértebras
sin caer de los pilares de tus piernas.
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