El barquero que vino a buscarme,
En la madrugada silenciosa,
Traía un cofre lleno,
Donde se deposita el oro de los féretros.
Recogió mis valiosas monedas,
Que asomaban mis ojos dormidos,
Besando al sueño eterno,
Me custodiaban al reino de los muertos.
Desperté en la larga orilla,
Que hay alejada de cualquier templo,
Que mas adentrada no hay mares,
Que te santifiquen, ¡solo hay desiertos!
Imágenes que se eliminan,
Conforme avanzas al silencio,
Recuerdos que se te borran,
Por ser la memoria de los muertos.
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