No olvidaré a quien me supo ver
más allá de los espejos
y de los cristales rotos.
Supo borrar
lo que tanto me empañaba
para que yo me viese.
La dama de blanco, aun llamándolo,
se quedaba hasta que yo me durmiese.
Ahora,
ya no pasa ni el viento de las horas,
se han roto los espejos de mis cristales
y resquebrajándome poco a poco,
me voy cayendo y vaciando
en mis pétalos rojos.
La dama de blanco, aun llamándolo,
se quedaba hasta que yo me durmiese.
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