Me siento caer
en los brazos de la muerte,
caída que se alarga,
nada la retiene o la para.
¡Guillotina cobarde!,
muéstrame el filo del mendigo en tu valle.
Amada que se postra
a los pies de quien la desposa.
Creo perder fuerza,
son los suspiros que me atraviesan;
espinas que acuchillan,
tienen filo, ¡tienen hambre!;
se alimentan de mi alma,
que no es de hierro, ya no es nada.
Perenne e inmóvil
tras la tentación de esperarte,
-muy quieta-.
Aliméntame de tu alma
aunque sea por tu secreto.
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